Había visto de
lejos a la enorme camioneta dando vueltas por la calle, en el único instante en
que se detuvo aproveché para acercarme ya que tenía una sospecha de quien se
encontraba adentro. Un hombre que se encontraba en el interior del vehículo me
abrió la puerta lateral corrediza, entonces sólo lo ví a él, a Bill Gates,
sentado en uno de los asientos rodeado por varias personas que estimo formaban algo
como una especie de comitiva.
Estaba igual a
como luce hoy en sus más recientes fotos que se publican en internet, con su peinado
y anteojos que ya son marca registrada. Lo primero que se me ocurrió fue decirle:
-A usted me lo
mandó Dios.
Sonrió
inmediatamente y percibí su gesto colmado de empatía, como si conociera especificamente
mi situación. Bill Gates bajó de inmediato de la camioneta y caminó a mi lado
por el asfalto de ese tranquilo barrio que se encuentra no muy lejos de mi
casa. Lo guié directamente hacia donde estaba mi auto estacionado, allí
esperaban mi esposa y mis hijos, se los presenté y como no podía ser de otra
manera quedó encantado. No hizo falta decirle que ellos eran la razón de todos
mis esfuerzos y el motor que empujaba mi encuentro con él. Me hubiese gustado
ahí mismo conocer también a su esposa, porque todo lo que sé de ese matrimonio hace
que me caigan muy bien.
Le hablé algo de
mí, no por ego, por supuesto, sino para que me conociera medianamente y supiera
a quien le iba a prestar ayuda, pero la verdad es que sentía que él ya me
conocía de antes y no hacía falta que le contara nada. Aún así me escuchó por
un momento y de inmediato me mandó con su asistente, una mujer joven con toda
la pinta de ser una secretaria sumamente eficiente. El señor Gates se retiró
rápidamente y lo entendí como algo lógico, imaginé que lo esperaban un sinfín
de temas que atender.
La mujer me llevó
a una casa que se encontraba a pocos metros del lugar donde había dejado mi
auto y a mi familia esperando en él. La seguí cuando entró a la casa, iba adelante
de mi como a unos dos metros, subimos unas anchas escaleras de mármol y después
de un par de cruces de salones que me marearon, entramos a una oficina, ella abrió
una caja fuerte, de esas que están en las paredes y se dispuso a llenar unos
cheques para mi. Mientras preparaba todo yo le conté de lo que había sido la experiencia
con mi primer libro y lo que me costó publicarlo, que tuve vender cosas
valiosas para mi, que me prestaron dinero que aún no he podido devolver, que me
tuve que apretar el cinturón para poder pagar lo que me faltaba, entonces me
interrumpió y preguntó simplemente por cuanto debía hacer los valores. Yo le
dije la cifra que necesitaba para una nueva publicación que permitiera que este
segundo libro llegara no sólo adonde el correo lo había llevado al primero,
sino a las librerías de todo mi país, donde aquel lector que sienta curiosidad
pueda tener la opción de conseguirlo.
Posiblemente haya
sido el hecho de que el día anterior había hablado con alguien sobre la filantropía,
y aunque no lo mencioné en esa conversación, pienso que tengo esa palabra
asociada al creador de Microsoft. Entonces uno se junta de cosas durante el día,
de inquietudes, anhelos, metas y de personas que queremos y todo eso se mezcla
en un mundo de sueños, de encuentros imposibles que jamás nos hubiéramos
imaginado en el mundo real.
¿De cuánto eran
los cheques? Poco importa, ¿verdad?
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